Infección, Andrés Caicedo


Bienaventurados los imbéciles,
porque de ellos es el reino de la tierra
Yo

El sol. Cómo estar sentado en un parque y no decir nada. La una y media de la tarde. Camino caminas. Caminar con un amigo y mirar a todo el mundo. Cali a estas horas es una ciudad extraña. Por eso es que digo esto. Por ser Cali y por ser extraña, y por ser a pesar de todo una ciudad ramera.
-Mirá, allá viene la negra esa.
-Francisco es así, como esas palabras, mientras se organiza el pelo con la mano y espera a que pasa ella. ¡Ja! Ser igual a todo el mundo.
Pasa la negra-modelo. Mira y no mira. Ridiculez. Sus 1,80 pasan y repasan. Sonríe con satisfacción. Camina más allá y ondula todo, toditico su cuerpo. Se pierde por fin entre la gente, ¿y queda pasando algo? No nada. Como siempre.
(Odiar es querer sin amar. Querer es luchar por aquello que se desea y odiar es no poder alcanzar por lo que se lucha. Amar es desear todo, luchar por todo, y aún así, seguir con el heroísmo de continuar amando. Odio mi calle, porque nunca se rebela a la vacuidad de los seres que pasan por ella. Odio los buses que cargan esperanzas con la muchacha de al lado, esperanzas como aquellas que se frustran en toda hora y en todas partes, buses que hacen pecar con los absurdos pensamientos, por eso, también detesto esos pensamientos: los míos, los de ella, pensamientos que recorren todo lo que saben vulnerable y no se cansan. Odio mis pasos, con su acostumbrada misión de ir siempre con rumbo fijo, pero maldiciendo tal obligación. Odio a Cali, una ciudad que espera, pero que no le abre las puertas a los desesperados)
Todo era igual a las otras veces. Una fiesta. Algo en lo cual uno trata desesperadamente de cambiar la tediosa rutina, pero nunca puede. Una fiesta igual a todas, con algunos seductores que hacen estragos en las virginidades femeninas… después, por allá… por Yumbo o Jamundí, donde usted quiera. Una fiesta con tres o cuatro muchachas que nos miran con lujuria mal disimulada. Una fiesta con numeritos que están mirando al que acaba de entrar, el tipo que se bajó de un carro último modelo. Una fiesta con uno que otro marica bien camuflado, y lo más chistoso de todo es que la que tiene al lado trata inútilmente de excitarlo con el codo o con la punta de los dedos. Una fiesta con muchachas que nunca se han dejado besar del novio, y que por equivocación son lindas. Y también con F. Upegui que entra pomposamente, viste una chaqueta roja, hace sus poses de ocasión y mira a todos lados para mirar-miradas. Una fiesta con la mamá de la dueña de casa, que admira el baile de su hijita pero la muy estúpida no se imagina si quiera lo que hace su distinguida hija cuando está sola con un muchacho, y le gusta de veras. Una fiesta donde los más hipócritas creen estar con Dios, maldita sea, y lo que están es defecándose por poder amachinar a la novia de su amigo… piensan en Dios y se defecan con toda calma mientras piensas en poder quitársela.
(Sí, odio a Cali, una ciudad con unos habitantes que caminan y caminan… y piensan en todo, y no saben si son felices, no pueden asegurarlo. Odio a mi cuerpo y mi alma, dos cosas importantes, rebeldes a los cuidados y normas de la maldita sociedad. Odio mi pelo, un pelo cansado de atenciones estúpidas, un pelo que puede originar las mil y una importancias en las fuentes de soda. Odio la fachada de mi casa, por estar mirando siempre con envidia a la de la casa del frente. Odio a los muchachitos que juegan fútbol en las calles, y que con crueldades y su balón mal inflado tratan de olvidar que tienen que luchar con todas sus fuerzas para defender su inocencia. Sí, odio a los culicagados que cierran los ojos a la angustia de más tarde, la que nunca se cansan de atormentar todo lo que encuentra… para seguir otra vez así: con todo nuevamente, agarrando todo, todo !. Odio a mis vecinos quienes creen encontrar en un cansado saludo mío el futuro de la patria. Odio todo lo que tengo de cielo para mirar, sí, todo lo que alcanzo, porque nunca he podido encontrar en él la parte exacta donde  habita Dios.)
Conozco un amigo que le da miedo pensar en él, porque sabe que todo lo de él es mentira, que él mismo es una mentira, pero que nunca ha podido –puede- podrá aceptarlo. Sí, es un amigo que trata de ser fiel, pero no puede, no, lo imposibilita su cobardía.
(Odio a mis amigos… uno por uno. Unas personas que nunca han tratado de imitar mi angustia. Personas que creen vivir felices, y lo peor de todo es que yo nunca puedo pensar así. Odio a mis amigas, por tener entre ellas tanta mayoría de indiferencia. Las odio cuando acaban de bailar y se burlan de su pareja, las odio cuando tratan de aparentar el sentimiento inverso al que realmente sienten. Las odio cuando no tratan de pensar en estar mañana conmigo, en la misma hora y en la misma cama. Odio a mis amigas, porque su pelo es casi tan artificial como sus pensamientos, las odio porque ninguna sabe bailar go-go mejor que yo, o porque todavía no he conocida ninguna de 15 años que valga la pena para algo inmaterial. Las odio porque creen encontrar en mí el tónico ideal para quitar complejos, pero no saben que yo los tengo en cantidades mayores que los de ellas… por montones. Las odio, y por eso no se lo dejo de hacer porque las quiero y aún no he aprendido a amarles.)
No sé, pero para mí lo peor de este mundo es el sentimiento de impotencia. Darse cuenta uno de que todo lo que hace no sirve para nada. Estar uno convencido que hace algo importante, mientras hay cosas mucho más importantes por hacer, para darse cuenta que se sigue en el mismo estado, que no se gana nada, que o se avanza terreno, que se estanca, que se patina. Rrrrrrrrrrr rrrr-rrrrrrrrr rr-rrrrrrrrr-rrrrrrrrrrrrrrr. No poder uno multiplicar talentos, estar uno convencido que está en este mundo haciendo un papel de estúpido, para mirar a Dios todos los días sin hacerle caso. ¿Y qué? ¿Busca algo positivo uno? ¿Lo encuentras? Ah, no. Lo único que hace usted es comer mierda. Vamos hombre, no importa en qué forma se encuentra su estómago, piense en su salvación, en su destino, por Dios, en su destino, pero está bien, eso no importa. ¿Qué no? Vea, convénzase: por más que uno haga maromas en esta vida, por más que se contorsione entre las apariencias y haga volteretas en medio de los ideales, desemboca uno a la misma parte, siempre lo mismo… lo mismo de siempre. Pero eso no importa, no lo tome tan en serio, porque lo más chistoso, lo más triste de todo es que UD. Se puede quedar tranquilamente, s u a v e m e n t e,  d e f e c á n d o s e, p u d r i é n d o s e,  p o c o  a   p o c o,   t ó m e l o   c o n   c a l m a… ¡Calma! ¡Por Dios, tómelo con calma!
(Odio la avenida sexta por creer encontrar en ella la bienhechora importancia de la verdadera personalidad. Odio el Club Campestre por ser a la vez un lugar estúpido, artificial e hipócrita. Odio el teatro Calima por estar siempre los sábados lleno de gente conocida. Odio al muchacho contento que pasa al lado que perdió al fin del año cinco materias, pero eso no le importa, porque su amiga se dejó besar en su propia cama. Odio a los maricas por estúpidos en toda la extensión de la palabra. Odio a mis maestros y sus intachables hipocresías. Odio las malditas horas de estudio por conseguir una maldita nota. Odio a todos ellos que se cagan en la juventud todos los días.)
(¿Es que sabes una cosa? Yo me siento que no pertenezco a este ambiente, a esta falsedad, a esta hipocresía. Y ¿Qué hago? No he nacido en esta clase social, por eso es que te digo que no es fácil salirme de ella. Mi familia está integrada en esta clase social que yo combato, ¿Qué hago? Sí, yo he tragado, he cagado este ambiente durante quince años, y, por Dios, ahora casi no puedo salirme de él. Dices que ¿por qué vivo yo todo angustiado y pesimista? ¿Te parece poco estar toda la vida rodeado de amistades, pero no encontrar siquiera una que se parezca a mí? No sé que voy a poder hacer. Pero a pesar de todo, la gloria está al final del camino, si no importa.)
(La odio a ella por no haber podido vencer a su propia conciencia y a sus falsas libertades. La odio porque me demostró demasiado rápido que me quería y me deseaba, pero después no supo responder a estas demostraciones. La odio porque no las supo demostrar, pero ese día se fue cargando con ellas para su cama. Yo la quiero muchacha estúpida, ¿no se da cuenta? Pero apartándonos de eso la odio porque me originó un problema el berraco y porque siempre se iban con mis palabras, con mis gestos y mis caricias, con todo… otra vez para su cama. Pero, tal vez, para nosotros exista otra gloria al final del camino, si es que todavía nos queda un camino… quién sabe…
Odio a todas las putas por andar vendiendo añoraciones falsas en todas sus casas y calles. Odio las misas mal oídas… Odio todas las misas. Me odio, por no saber encontrar mi misión verdadera. Por eso me odio… y a ustedes ¿les importa?
Sí, odio todo esto, todo eso, todo. Y la odio porque lucho por conseguirla, unas veces puedo vencer, otras no. Por eso la odio, porque lucho por su compañía. La odio porque odiar es querer y aprender a amar. ¿Me entienden? La odio, porque no he aprendido a amar y necesito de eso. Por eso odio a todo el mundo, no dejo de odiar a nadie, a nada…
A nada
A nadie
¡Sin excepción!)


En Calicalabozo,2008

El vacío, Tony Raskólnikov



Todavía recordaba claramente aquel día. El sol en lo alto, la brisa suave que movía el globo comprado en la entrada, la cálida mano de su padre sosteniéndole la suya. Ese calor del hombre del bigote que veía en visitas programadas. Hasta un buen día donde rodó por un precipicio en su auto y más nunca volvió. Aun recordaba ese día, cuando subieron a la montaña rusa, la sensación del vacío que creaba la caída en el estomago y… aquella sensación al subir los brazos. Una cosquilla que sintió por primera vez, allá abajo, o bueno eso creía ella en ese momento. Fue tan gratificante que insistió una y otra vez al hombre del bigote que repitieran la experiencia y éste por complacerla se subió una y otra vez. Ella nunca se imagino que esa sensación que le creó el vacío la volvería a experimentar una cantidad de años después cuando ese chico con el que se aventuró en su adolescencia la penetró con toda la torpeza de la inexperiencia.  Tras unos breves espasmos logró hacerla evocar el preciso momento en donde el gusanito se precipitaba y esa cosquilla que la hizo insistir una y otra vez al hombre del bigote, ese misterioso hombre para ella, que la acompaño por el resto de sus días en cada momento de placer, donde el cuerpo le temblaba y los ojos se entornaban hacia atrás y venia ese vacío, allí estaba el recuerdo del hombre del bigote. Lo que ella menos iba a imaginar era que tantos años después vencida por la tristeza, un instante antes de reventarse contra el pavimento, en el vacío de la caída desde un piso trece, justo antes, la cosquilla allá abajo y el recuerdo del hombre del bigote. 

Para usted, Fragolina Belano


Hola señor, ¿cómo ha estado? A mí me gustaría saber realmente cómo ha estado, qué pasará por su cabeza en este momento o qué estará haciendo justo ahora, justo cuando yo estoy pensando en usted de alguna manera deliberada. Lo primero qué pienso es en mi cobardía de no preguntárselo directamente. Se supone que con un simple mensaje de texto yo podría averiguarlo, eso sin tener que pasar por la vergüenza de llamarlo por teléfono y escuchar su voz, y que la pragmática hable por sí sola sobre su estado de ánimo. Entonces, pienso en usted, llevo dos días soñándolo, dos días de angustia, donde raramente me siento más cercana. A la vez estoy tan distante, sobre todo porque sé que usted quiere permanecer distante. Cada vez se acerca más la despedida engañosa, ésa que nos hará caer en cuenta sobre una situación, pero me pregunto a mí misma ¿Cuál situación? Tal vez hago la pregunta porque no sé hasta qué punto, usted, sí, usted mismo pueda planteárselo. Resulta que tengo dos días pensando en mentiras, esas construcciones de frases piadosas que nos salvan, que nos remedian algo. Y es que yo estoy de acuerdo con la claridad, con la sinceridad, pero hay mentiras que definitivamente tienen que existir, ésas que tienen que ver con el individuo, con usted, conmigo. Últimamente esas mentiras son las que me han hecho pensar todas estas noches en las que mi cabeza ha estado divagando entre tinieblas. En las noches, antes de dormir pienso en eso y en que si dijéramos toda la verdad ya no habría tanto qué pensar. No sé qué me pasa, yo ni sé cómo nombrarlo, usted sí que tiene responsabilidades que cumplir, incluso ya se vale por sí mismo, disfruta su independencia y libertad, cosa que eso a mí me hace diferente a usted. Yo, en cambio, estoy en la búsqueda de la independencia. Ahora bien, me preocupa realmente cómo está usted hoy, ayer lo vi y me conmovió. Pensé en darle tanto cariño, pero no pude, tampoco supe cómo abordar el asunto, pero sus ojos y su cara dijeron muchas cosas. Traté de ayudarlo, ojalá haya resultado lo mejor. Yo, en realidad le deseo que su situación se solvente, pienso que usted tiene lo que necesita, pero debe saber abordarlo. Tenemos semanas reuniéndonos y hablándonos sobre su estado, yo le pregunto a usted, usted me cuenta y así pasa el tiempo hasta que yo trato de darle una respuesta siendo toda oídos porque su mayor necesidad es desahogarse. También he pensado en la necesidad que ha estrechado conmigo, no sé qué nos pasa, no sé qué le pasa que a usted le gusta mi compañía y a mí me gusta la suya. ¡Qué coincidencia!... Hay algo que resulta más raro de todo ésto, lo parecido y diferente que somos y cómo la planta ha ido creciendo. Nadie ha querido regarla porque comprometerse a que la cosecha crezca es una responsabilidad, pero lo que sí se sabe es que el sol sale cada día y la planta no es de sombra, es de luz. Así que, yo no sé cómo seguir explicando mi inquietud hacia usted, siempre me siento bien con usted, pero ayer quise protegerlo, quise acompañarlo, pero las decisiones siempre cambian y yo no fui la indicada. Yo simplemente llegué a su vida como el destino se empeña en que las cosas aparezcan. Yo no sé si usted recuerda cómo se fue conformando ésto, pero llevamos más de cuatro meses en este plan y cada quien tiene su vida, pero el pensar señor, el estar, el haber amanecido un par de veces, hace que me detenga y piense en usted, en mí, en esta mentira. En la que nos lleváremos cada uno por su cuenta, en la que no tengamos que darle vuelta, y pienso que usted me aprecia, pienso que yo también lo aprecio y en que hay gestos de su cara que demuestran gratitud. No sé, son tantas cosas las que puedo leerle. Y sigo preocupada, y espero que esto acabe o que pase lo que tenga que pasar, y que la sinceridad se muestre en cada uno de nosotros. Tampoco hagamos un tratado de moral y ética, más bien hagamos uno en contra de ese. Hagamos uno con el que nos sintamos bien, donde seamos nosotros y donde nos identifiquemos, pero yo sé que de eso nunca hablamos. Nunca hemos hablado de lo que sentimos, nunca nos hemos mirado bien a los ojos para expresar ¿qué es “esto”? He pensado en decírselo, pero si se lo digo me sentiría inmoral y despiadada, pero no dejo de imaginarme un momento. Y pienso que si nos quedamos otra noche como alguna vez lo hicimos, podríamos disfrutar la noche a plenitud, podríamos hablar sobre los cuentos de Las Mil y Una noches. Yo podría enseñárselos, mientras usted me muestra líneas de su cuerpo y yo trate de descifrarlas, y leerlas en voz alta para que usted pueda escuchar lo que mi interpretación dicta. Y así entendernos, y así usted sentirse entendido y yo sentirme entendida, y ser más confidentes de lo que hemos sido, pero el problema está en que nunca hemos hablado de eso, y yo no quiero enredarme con usted, yo simplemente quiero que usted se dé cuenta de que conoció a alguien diferente y que por algo estamos aquí. Esos desencuentros que hemos tenido con la vida, yo le aseguro que se van a reponer y vamos a hablarlos algún día. Yo lo invito a que hablemos de eso, pero usted tiene que estar de acuerdo. Yo estar dispuesta y usted entregarse. Eso sería interesante. Tratemos de buscar ese momento y yo espero que así sea, yo espero que antes de estos días que me quedan para despegar por un tiempo, usted sepa, usted entienda y si no lee esto, me gustaría acertar en su pensamiento. Creer que usted alguna vez se ha planteado toda esta locura y satisfacerme de que yo no estoy tan equivocada, no pensar tanto en esta historia como un error sino como un viaje mutuo. No se asuste, no piense que esto se fue más allá, las fronteras usted y yo las conocimos, eso sí tanto usted, como yo sabemos cuántas veces las hemos cruzado y nos hemos devuelto. Pero aquí estamos, así somos, así nos percibimos, tan parecidos y tan ajenos uno del otro, tan pertenecientes a la nada y seguimos, somos dos. Usted y yo queriendo señorearnos a la edad de veinticuatro años donde el tiempo es un instante, donde los encuentros son remotos, pero queremos escapar juntos, ser evasivos ante la misma realidad que nos conforma. La misma que nos ha identificado en el espacio que hemos compartido. 

Ustedes y Nosotros, Mario Benedetti


Ustedes cuando aman 
exigen bienestar 
una cama de cedro 
y un colchón especial 

nosotros cuando amamos 
es fácil de arreglar 
con sábanas qué bueno 
sin sábanas da igual 

ustedes cuando aman 
calculan interés 
y cuando se desaman 
calculan otra vez 

nosotros cuando amamos 
es como renacer 
y si nos desamamos 
no la pasamos bien 

ustedes cuando aman 
son de otra magnitud 
hay fotos chismes prensa 
y el amor es un boom 

nosotros cuando amamos 
es un amor común 
tan simple y tan sabroso 
como tener salud 

ustedes cuando aman 
consultan el reloj 
porque el tiempo que pierden 
vale medio millón 

nosotros cuando amamos 
sin prisa y con fervor 
gozamos y nos sale 
barata la función 

ustedes cuando aman 
al analista van 
él es quien dictamina 
si lo hacen bien o mal 

nosotros cuando amamos 
sin tanta cortedad 
el subconsciente piola 
se pone a disfrutar 

ustedes cuando aman 
exigen bienestar 
una cama de cedro 
y un colchón especial 

nosotros cuando amamos 
es fácil de arreglar 
con sábanas qué bueno 
sin sábanas da igual.