La institución imaginaria de la sociedad (fragmento), Cornelius Castoriadis


La humanidad es lo que tiene hambre.
La humanidad es lo que quiere la libertad no la libertad del hambre, la libertad sin más, de la que estarán muy de acuerdo en decir que no tiene, ni puede tener «objeto» determinado en general. La humanidad tiene hambre, es cierto. Pero tiene hambre ¿de qué? y ¿cómo? Aún tiene hambre, en el sentido literal, para la mitad de sus miembros, y esta hambre hay que satisfacerla, es cierto. Pero ¿sólo tiene hambre de alimento? ¿En qué difiere, entonces, de las esponjas o de los corales? ¿Por qué esa hambre, una vez satisfecha, deja siempre aparecer otras preguntas, otras demandas? ¿Por qué la vida de las capas que, en todas las épocas, han podido satisfacer su hambre, o de las sociedades enteras que pueden hacerlo hoy, no ha llegado a ser libre o se ha vuelto vegetal? ¿Por qué la saciedad, la seguridad y la copulación ad libitum en las sociedades escandinavas, pero también, cada vez más en todas las sociedades de capitalismo moderno (mil millones de individuos) no  hecho surgir individuos y colectividades autónomas? ¿Cuál es la necesidad que estas poblaciones no pueden satisfacer? Que se diga que esta necesidad es constantemente mantenida en la insatisfacción por el progreso técnico, que hace surgir nuevos objetos, o por la existencia de capas privilegiadas que ponen ante los ojos de los demás otros modos de satisfacerla y se habrá concedido lo que queremos decir: que esta necesidad no lleva en sí misma la definición de un objeto que podría colmarlo, como la necesidad de respirar encuentra su objeto en el aire atmosférico, que nace históricamente; que ninguna necesidad definida es la necesidad de la humanidad. La humanidad tuvo y tiene hambre de alimentos, pero también tuvo hambre de vestidos y, después, de vestidos distintos a los del año pasado, tuvo hambre de coches y de televisión, tuvo hambre de poder y hambre de santidad, tuvo hambre de ascetismo y de desenfreno, tuvo hambre de mística y hambre de saber racional, tuvo hambre de calor y de fraternidad, pero también hambre de sus propios cadáveres, hambre de fiestas y hambre de tragedias, y ahora parece tener hambre de Luna y de planetas. Es necesaria una buena dosis de cretinismo para pretender que se inventaron todas estas hambres porque no se comía ni se jodía bastante.

Dos poemas de José Horakyo Guillen


SOCIOS
Somos socios
de esta vida singular
calles,
casa, ideas,
miedos.
Lucha pareja sin final
insulto,
pelea,
ira rebosada de lo banal,
piedad ausente.
Esperanza en exilio,
sexo incompleto,
metrópolis.
Música sin letra,
mujer corporal,
tabú,
miseria,
malos libros.
Somos socios.

BARBIE POETA
Barbie
con sus senos de silicón
y sus pestañas puntiagudas,
sorprende al docto
con rimas salubres
de su historia abusada.

Nadie espera nada de ella
ni siquiera ella misma,
los tontos solo quieren penetrarla,
pero ella les niega el beso
de su boca clausurada
que solo brinda mordiscos.

Para ella
la soledad conviene
porque en ese instante
se quita el plástico
y escribe


Lisa, Roberto Bolaño

Cuando Lisa me dijo que había hecho el amor con otro, en la vieja cabina telefónica de aquel almacén de Tepeyac, creí que el mundo se acababa para mí. Un tipo alto y flaco y con el pelo largo y una verga larga que no esperó más de una cita para penetrarla hasta el fondo. No es algo serio, dijo ella, pero es la mejor manera de sacarte de mi vida. Parménides García Saldaña tenía el pelo largo y hubiera podido ser el amante de Lisa, pero algunos años después supe que había muerto en una clínica siquiátrica o que se había suicidado. Lisa ya no quería acostarse más con perdedores. A veces sueño con ella y la veo feliz y fría en un México diseñado por Lovecraft. Escuchamos música (Canned Heat, uno de los grupos preferidos de Parménides García Saldaña) y luego hicimos el amor tres veces. La primera se vino dentro de mí, la segunda se vino en mi boca y la tercera, apenas un hilo de agua, un corto hilo de pescar, entre mis pechos. Y todo en dos horas, dijo Lisa. Las dos peores horas de mi vida, dije desde el otro lado del teléfono.





en La universidad desconocida