"No
es el hombre, es el mundo el que se ha vuelto anormal"
(Artaud)
Vienen por mí, ya lo sé. Aquí los espero, ya no tengo miedo.
Al momento de entregarle esos versos, y el
ver primero su cara extrañada al tomar el
papel doblado, desdoblarlo con mucho cuidado, mientras yo la observaba buscando
una reacción cualquiera, con mi sonrisa habitual de nuestros encuentros, ver
que la extrañeza se manifestaba en una especie de horror, de pánico al
contornear los ojos completamente y verme, buscando una explicación y conseguir
en vez de palabras que dieran una razón de esto conseguirse con una sonrisa que
se va borrando y mi mirada pasa de la alegría al cansancio de saberme delatado
en esta prisión de ideas en la que vivimos, de allí mi rostro se transforma en
una triste suplica de oportunidad.
Al parecer las viejas costumbres humanas
todavía quedan un poco adheridas a ella, con algo de compasión y de justicia me
dice:
-Te concedo unos minutos para que te vayas.
Nos despedimos con la mirada, cuantas cosas
pueden expresar los ojos en momentos de premura, los míos, le dan un último
adiós con rencor sabiendo que se convertirá en el dedo acusatorio de esta
sociedad que apresa conciencias. Los suyos se despiden con una ignorancia de no
saberse sometidos a este estado de supuesta perfección, encarcelándonos a vivir
en modelos de conductas impuestos, donde la belleza del pensamiento del hombre
fue fulminada, para que reine este silencio monótono, pensamiento oscuro, iguales unas a otros sin
que la luz de la razón toque sus sombras. Esta sociedad donde los versos son un
crimen, donde la poesía es un alto delito, donde el poeta es el enemigo público
número uno.
Por eso me denunciará, no es distinta como creí,
no es una sobreviviente como yo y como otros tantos, solo piensa y hace lo que
le ordenan. No le volveré a ver.
Salgo del punto de encuentro, comienzo a
caminar rápidamente, mi piso queda a solo tres cuadras de donde me he encontrado con ella, me invade una angustia
que me hace correr, termino tropezando y empujando al mar de gente que se
arrastra en contra corriente por la calle. Por fin alcanzo la puerta del
edificio, abro la puerta con cierta desesperación del que se sabe perseguido,
vuelo literalmente escaleras arriba, entro en mi apartamento, me tomo unos segundos
y lo recorro con la mirada, fijo mi atención en el sillón de mi pequeña sala,
allí me siento, estoy muy cansado…. No les será difícil encontrarme, me
encuentro fichado por ellos, fui poeta de vocación antes de la prohibición,
bueno sigo siendo poeta pero desde la clandestinidad, escondiendo mi trabajo
como un cobarde, la prohibición…que irreal parece todo visto en este momento.
Los pensamientos de que hacer se tropiezan
unos con otros, no sé por dónde empezar, estoy muy cansado… me cazarán como a
una escoria, comprometería a cualquiera y mas a los que como yo fueron
obligados a vivir bajo este silencio monótono.
Me siento un segundo a reflexionar, estoy muy
cansado… vienen por mí, ya lo sé… estoy cansado de huir, desde el día de la
prohibición, el ver cómo eran fusilados aquellos que siguieron disparando
palabras desde las trincheras del pensamiento, desde que la gran mano de la sin
razón acabó con lo que el ser humano podía liberarse en busca de una supuesta perfección,
se nos impuso como oportunidad de vivir este silencio monótono, en el cual nos
sumimos en esta vida perfecta y sin sentido. Estoy cansado… no quiero callar
mas.
Oigo sirenas distantes, a lo mejor es un
juego de mi imaginación, abro la ventana que da a la calle y me asomo, ríos de
gentes caminan abajo, todos aparentemente al mismo ritmo, como guiados por un
mismo mecanismo, no soporto esto, es imposible que se liberen sus conciencias. Me
siento de nuevo en el sillón, estoy muy cansado… vienen por mí, ya lo sé…
Escucho las sirenas lejanas que van
acercándose lenta e irremediablemente como mi destino. Por fin se detienen
frente al edificio, lo intuyo porque cesan las sirenas y el abrir y cerrar de
varias puertas de vehículos. Me levanto y arrastro el sillón frente a la puerta
para esperarlos, estoy cansado de no ser quien soy, mejor acabo con esto de una
manera digna, hasta poética podríamos decir. Escucho pasos atropellados en las escaleras, vienen por mí, ya lo sé…
Los pasos se acercan, se detienen en frente
de la puerta, tocan tres veces llaman a mi nombre en un tono tan suave que el
que lo modula asemeja a un repartidor de encomiendas, me pongo de pie y recito
“Para la libertad” de Miguel Hernández a
toda voz, sé que esto los enfurecerá, abajo en la calle la gente se detiene a
ver qué pasa, estoy cansado… violentan la puerta y simplemente grito: "Prohibido
prohibir”. Abajo la gente continua con su paso, con la monotonía, con sus vidas.
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