¿Viste el ratón que entró volando por la ventana?, Oscar Marcano


Tenían toda la mañana discutiendo y oliendo pega, cuando entró una cucaracha volando por la ventana. Se paró en el quicio de aluminio y caminó con su miedo característico hacia la superficie rugosa de la pared. Hacía un calor maldito. Eloy miró las antenas del edificio de enfrente y esquivó el vuelo rasante del insecto que se lanzaba en barrena. Luego escuchó su aterrizar o su estrellarse. Pero estaba frenético oliendo pega. A cada aspirada, los ojos le bailaban sin rumbo en las órbitas y se le organizaba una dulzona mueca de imbécil en el rostro.
Un tipo bailaba solo sin camisa en el edificio de enfrente y una nube de tetraetilo  de plomo acariciaba el mejor pezón del Ávila. Abajo, los mortales hacían largas colas del transporte colectivo, donde la vida les cobra sus deudas con penas corporales. Si no hubiese estado en Caracas juraría que vivía en un paisaje radiactivo. Pero estaba en Caracas, donde sus días pasaban iguales viendo caer basura por los bajantes rotos.
A veces salía al desolado balcón y su vista trepaba hacía las nubes, en espera de salir de aquella vida. Lo único que lograba era añadirle días, áridos e interminables días a esa misma vida.
—Suenan como papel, ¿verdad? —dijo Eloy.
— ¿Cómo? —dijo Elsy que estaba concentrada en su lata de pega.
— ¿No viste el ratón que entró volando por la ventana?
—Sí—dijo primero.
—No —dijo después— .¿Era un ratón? ¿No era una cucaracha?
—Era un ratón. Me pasó zumbando por la oreja. ¿No lo viste?
—Me pareció verlo. ¿Pero era un ratón?
— ¿No?— preguntó Eloy aspirando hasta el límite de su capacidad pulmonar—. Si no era un ratón era un Hercules C-130.
Con el torax lleno alzó la vista y buscó el cielo. Otra vez el cielo. El que cada tanto se le refractaba conminándolo a ver hacia dentro, hacia sí mismo. Y Eloy lo había intentado. Mira que lo había intentado. Pero adentro no había nada. O ya no había nada.
— No lo sé… —dijo ella con voz mareada—. Parecía una cucaracha. Una cucaracha gigante.
—Pero era tan grande, tan vertebrada…
— Claro. Pero los ratones no vuelan.
Les ardía la ropa. El poliéster. EL calor era insoportable. Además no tenían cortinas y el sol entraba rabioso por la ventana.
—a menos que fuera un murciélago.
— ¿Dónde se metió?
— No sé—dijo él moviendo la cabeza hacia los lados.
—Busca.
—Qué.
—El ratón, el murciélago, lo que sea.
— ¿Yo?
— Claro, tú ¿quién más?
—Para qué.
—Para ver qué era. ¿Para qué más? Trae…
—Qué.
—La lata, la pega, trae.

En Solo quiero que amanezca, 2006



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