El hombre se acuesta
temprano. No puede conciliar el sueño.
Da vueltas, como es lógico, en la cama. Se enreda entre las sabanas. Enciende
un cigarrillo. Lee un poco. Vuelve a apagar la luz. Pero no puede dormirse. A
las tres de la madrugada se levanta. Despierta al amigo de al lado y le confía
que no puede dormir. Le pide consejo. El amigo le aconseja que haga un pequeño
paseo a fin de cansarse un poco. Que en seguida tome una taza de tilo y que
apague la luz. Hace todo esto pero no logra dormir. Se vuelve a levantar. Esta
vez acude al médico. Como siempre sucede, el médico habla mucho pero el hombre
no se duerme. A las seis de la mañana carga un revolver y se levanta la tapa de
los sesos. El hombre está muerto pero no ha podido quedarse dormido. El
insomnio es una cosa muy persistente.
En El que vino a salvarme, 1970
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