Epílogo con doctora en Anare, Eloy Yagüe Jarque

- Nos encontramos en la Colonia Psiquiátrica de Anare. Estamos a la vista de un drama humano que parece no tener dolientes en nuestro país. Contrastando con la belleza del paisaje marino, los reclusos de este centro, que más bien parece un campo de concentración a orillas del mar Caribe, vagan como sombras sin nadie que se ocupe de ellos, sin ayuda del gobierno. Sobreviven como pueden gracias a la solidaridad de su familia, pero no es raro que a veces alguno de ellos se fugue y empiece a vagar por la carretera que bordea la costa, como si fuera un alma en pena, asustando a los temporadistas que bajan al litoral central…
La voz era de un conocido reportero de televisión especializado en  sucesos. Yo lo conocía, estaba acostumbrado a sus sensacionales trabajos periodísticos, teñidos con el color amarillo del escándalo y la denuncia. Alguna vez pertenecí a su círculo, al mundo de los cuerdos, de la gente normal. Pero no ahora. Él está afuera y yo adentro. Abro los ojos, venciendo la niebla de un pesado sueño que me emploma los párpados. Abro los ojos y lo que veo me aterra. En el techo blanco gira sus aspas amenazadoramente un ventilador. Giran y giran las aspas. Me aterroriza. Ya siento que el ventilador viene por mí, viene a cercenar limpiamente mi cabeza que rodará por el suelo como un balón sanguinolento. Ya viene por mí, el ventilador… ¡aaaaaagh!, grito. Pero ningún sonido sale de mi garganta… ¿Me habrá degollado?...
- Buenos días. ¿Cómo estamos por aquí?
Una voz de mujer se acerca a mi cama. La enfermera, gruesa y morena, no me deja ver quién es.  La mujer de ropa blanca se aleja un poco con su bandeja de acero inoxidable, con cápsulas y frascos multicolores y jeringuillas y gomas. Con su bandeja de muerte, fría como la muerte, con su bandeja inyectadora que se inocula dentro de mi vida para regalarme los monstruos que no me dejan dormir. Los monstruos… Los monstruos y los muertos.
-Ha dormido bien, doctora ­­– dice la voz negra en bata blanca-. Parece que ya se ha podido calmar.
- Bien, sigan con el tratamiento. Ahora déjenos solos un momento. Voy a conversar con nuestro joven amigo.
La negra se va con un rumor de nylon, medias panty y el sonido de zapatos con suela de goma blanca y toda una blancura terrible se perdió por el pasillo en busca de nuevas víctimas.
Hay una cara cerca de mí. Es ella. La reconozco, aunque ha crecido. Es ella, la reconocería siempre.
-María del Mar. ¡Eres tú!
-No, mi joven amigo. María del Mar no. Mi nombre es María Auxiliadora. Yo soy la doctora María Auxiliadora y estoy aquí para ayudarte.
-Sí, claro, María del Mar…
- María Auxiliadora… Bueno, no importa, dime como quieras. Y tú, ¿cómo te llamas?
- ¿Yo?
-Sí, tú. ¿Quién eres tú?
- Yo me llamo Onetti.
-¿Onetti?
-Sí, aunque a veces soy Cortázar. Pero mañana no. Mañana seré Borges.
-Vaya, veo que tenemos aquí un pequeño problema de identidad. Así que puedes ser Onetti. Borges y Cortázar. ¿Te refieres a los escritores?
-Sí, María del Mar.
-Bueno, al menos tienen algo en común: son muy buenos narradores.
-¿Los conoces?
-Sí, los he leído. A Onetti no tanto, pero a Borges y a Cortázar sí. (Soñadora) Me conmovió mucho Rayuela. Especialmente la parte de Rocamadour, bebé Rocamadour, bebé…
-Y a mí la de Berthe Trépat. Me recordó que la vida puede ser divertida como tirarse un gran peo en un concierto del maestro Abreu.
María del Mar se rió con ganas. Su risa estaba bellísima. Su cuerpo, bajo la bata blanca, estaba bellísimo. Sus senos, bellísimos…
-María del Mar, me gustan tus tetas.
-¿Sí? (Toque de rubor). Gracias. Aunque ( desviando la conversación) te recuerdo que me llamo María Auxiliadora.
-Sí, está bien. ¿Me harías un favor?
-Bueno, si está a mi alcance.
-Seguro que sí. Dime, ¿te gusta la poesía?
-La poesía me encanta.
-¿Te gustaría que te leyera un poema? Un poema mío, por supuesto.
-Claro, me gustaría mucho.
-Y tú, ¿qué me darías a cambio?
-¿Por qué tendría que darte algo?
-Porque es un poema especial: está dedicado a ti. Y cuando lo escuches caerás rendida a mis pies.
-Bueno en ese caso debería corresponderte. ¿Y qué te gustaría que te diera?
-Me gustaría que me dejaras besarte las teticas.
-Hum (poniéndose seria). ¿Tanto te gustan?
-Sí, muchísimo. ¿Lo pensarás?
-Lo pensaré.
Su mano estaba cerca de la mía. Yo no podía moverme. Me habían atado con la camisa de fuerza. Tenía ganas de llorar. Los ojos se me aguaron. Ella se dio cuenta. Tomó mi mano izquierda entre las suyas mientras se sentaba a mi lado. Agua tibia rodaba por la comisura de mis ojos.
-María del Mar, no me dejes solo, por favor. Te necesito, no me abandones.
-No te preocupes, aquí estoy contigo.
-Por favor, quítame la camisa de fuerza, me desespera.
-No tienes puesta ninguna camisa de fuerza.
Me sorprendió su respuesta. Moví los brazos. Era verdad. No tenía nada. Me palpé el cuerpo debajo de las sábanas. Estaba desnudo.
-Por favor, haz que no me den más esas pastillas, que no me inyecten más. Prefiero lobotomía, electroshock, duchas de agua fría. Pero no las inyecciones. Cada vez que me inyectan vienen a verme. Aparecen al lado de mi cama en la madrugada.
-Por ahora es necesario que sigas con el Prozac. Pero veré la forma de suspenderte las inyecciones. ¿Quiénes vienen a verte?
-Ellos, todos, todos los muertos. Los monstruos y los muertos. Me echan en la cara su aliento. Me asustan. No me dejan dormir. No quiero más pastillas ni inyecciones.  que me dejen en paz. Quiero dormir. ¿Me ayudarás?
-Bueno, veré qué puedo hacer. Pero el tratamiento es importante para ti. Has tenido un shock, una experiencia traumática. Sufres de blackout. Agujeros negros en la memoria. Poco a poco la recuperarás y verás que esos monstruos desaparecen.
-¿Y los muertos que me persiguen?
-También.
-Dime una cosa: ¿he hecho algo malo, me he portado mal, he sido un muchacho malo?
-¿Por qué me preguntas eso?
-No sé. Es una sensación de culpabilidad, una opresión en el pecho y la garganta. Algo en mi memoria me advierte que he protagonizado actos inquietantes. ¿Tendré acaso algo de qué arrepentirme?
-No puedo saberlo, pero supongo que sí. Todos los humanos tienen algo de qué arrepentirse. Pero tú me pareces simpático y no tengo miedo. Aceptaré ser tu guía a cambio de que me reveles tus secretos a medida que te vayas acordando. Tal vez hayas visto demasiadas películas de terror.
-Sí, cómo no. Pero no me gustan las de Freddy Krueger.
-¿Por qué?
-Porque se aparece en los sueños de las personas. Y uno es tan indefenso cuando sueña…
-Vamos, no pienses en eso. Tú  necesitas dormir bastante. Por eso estás aquí. Y yo no veo ningún monstruo.
-Es verdad, aparte de mí no hay ninguno. ¿Sabes?, desde aquí te veo como un ángel. Te veo unas grandes alas blancas. Ahora… ahora sí lo entiendo. Claro que eres María Auxiliadora. Viniste a hacer un milagro, a salvarme. Ya lo entiendo todo. En la otra vida eras María del Mar y ahora eres María Auxiliadora.
-Eres sorprendente. Está bien, me has descubierto: en otra vida era María del Mar. Pero ahora soy María Auxiliadora.
-Claro, cómo no me di cuenta antes. Pero no te preocupes, no se lo diré a nadie. Será un secreto entre tú y yo.
-Yo tampoco se lo diré a nadie.
-¿Sabes? María Auxiliadora, me siento muy feliz, feliz de haberte conocido, feliz de que estés aquí conmigo. Te amo, María Auxiliadora.
Ella me miró un instante, se aproximó a mí, me abrazó muy fuerte y me besó en la boca.
-Yo también te quiero, loquito.
-¿Te habían dicho alguna vez que tus métodos terapéuticos son heterodoxos?
-Es que soy una psiquiatra muy poco convencional. De hecho te voy a dar otra cosa que creo que te hará mejor que todas las medicinas tradicionales. Toma.
Metió la mano en uno de sus bolsillos de su bata y extrajo un frasquito.
-¿Qué es?- Pregunté.
-Flore de Bach número 39. Remedio de rescate.
-Ah, un remedio musical. Qué bueno, me gusta. Huuummmm, huelen muy bien.
-Claro, son extractos de flores diluidos en ron: Heliantemo, Impaciencia, Cerezo, Clemátide y Leche de Gallina. Aunque de ésta me gusta más su nombre  en inglés: Star of Bethlehem.
-Me recuerda el Agua del Carmen que me daba mi abuela cuando me ponía nervioso por los exámenes. Me las tomo de una vez.
-No, espera – dijo deteniéndome la mano con el gotero que ya iba a vaciar completo en mi boca-. Son más potentes de lo que crees. Te servirán para armonizarte y salir poco a poco de la crisis depresiva, te ayudarán a liberar tu propia energía curativa e integrar tu cuerpo, alma y mente. Pero sólo puedes tomar siete gotas al día. Hasta que se acabe el frasco. Además, mientras estés en tratamiento no puedes tomar alcohol.
-Uf, espero que no me vean mis amigos del Club Prometeo. Noto que aprendiste mucho en Glendale.
-¿Cómo sabes que estuve en Glendale?
-Yo sé muchas cosas sobre ti.
Haciéndome el loco, seguía aferrándole las manos. Tenía la piel suave y el tacto tibio. Pasé el dorso de su mano por mi mejilla. El roce me produjo un cosquilleo en el bajo vientre. Los ojos se me humedecieron. A la vez, un bulto empezaba a crecer entre mis piernas, bajo las sábanas.
-¿Me dejarás besarte las teticas?
-Sólo cuando me leas el poema.
-Te lo prometo.

Y entonces se acercó a la ventana y desplegando sus alas blancas se alejó volando.

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