La casa
queda frente a la tierra baldía de los
poetas de Oliveros, W.C. de ambulantes, guarida de ladrones; donde nació Fragolina. No es que la Belano, alegre desahuciada, haya tenido un origen semejante al de
Jean-Baptiste, La Rana, Grenouille, sino que, para finales de siglo funcionaba
allí una clínica. Para entonces hacía mucho que la zona había perdido su
esplendor residencial y una variedad de comercios se disputaban el territorio. En
esta fase tardía las demoliciones y nuevas construcciones son el destino
manifiesto que la nostalgia ciega.
La imprenta
se niega a desaparecer derribada bajo una aplanadora o el aguacero discontinuo
que la hace pedazos a nuestro alrededor,
isla seca, en medio del miedo, músicos
acuáticos del Costa Concordia, ajenos al entusiasmo de los ilusos que no
aceptan el final: Hablando del suicidio
y la melancolía. Desde el jardín de Kosinsky, ofreciendo cake con café a los
autores, que no queremos envenenar y la misma suerte para los editores, que sí
queremos liquidar.
La muerte a
los veintisiete es un mito urbano, poblado de músicos celebres que sucumben en
la fiesta: Brian Jones, ahogado en una piscina, Jimi Hendrix, asfixiado
en su vómito combinado de vino y
somníferos. Janis Joplin, exceso de heroína,
Jim Morrison, insuficiencia cardíaca, Amy Winehouse,
intoxicación etílica.
Entre los veintisiete
y cualquier parte: Ernest Hemingway, escopetazo a la
cabeza. Vincent Van Gogh, tiro al pecho. Virginia Wolf, ahogada en el río Ouse.
Reinaldo Arenas, frente al mar. Tony Scott desde el puente Vincent Thomas y Robin Willians, ahorcado en su
habitación.
Maikovsky
fue suicidado de un balazo al corazón, dizque por los celos que Michel Foucault sentía
de Frida.
Jerzy dejó una nota: "Me he ido a dormir
por un rato mayor de lo habitual. Llamad Eternidad a ese rato".
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