-Aquí jugué yo cuando estaba chiquito -dijo el hombre. Cuando
teníamos como siete años.
-Te
gustaba mucho?
-Sí.
Muchísimo. No hubo otra cosa en mi vida hasta que apareció el amor.
-Qué
amor?
-Hasta
que apareció eso que llaman enamorarse y amar y dejar de enamorarse y dejar de
amar y así.
-Lo
que hacemos tú y yo? -preguntó la mujer, divertida.
El
hombre por primera vez, desde que habían dejado la fiesta, había sonreído.
Había sonreído al decir amor y ella, confiada, lo imitaba. Pero el hombre no
respondió a la pregunta. El hombre miraba fijamente a uno de los arcos.
-Qué
te pasa? Estás triste?
-No,
no estoy triste.
-Estás
tristísimo.
-No,
no lo estoy.
-Hablas
del fútbol... no sé... Por qué no sigues jugando?
-No
puedo, ya no. Claro que puedo, ves? Pero no es lo mismo. Las piernas, me
entiendes? No me dan, no soy el mismo.
-Pero
tienes otras cosas, no?
-No,
claro que tengo otras cosas. Pero, claro que sí. No es eso. Sólo quería
traerte, tenías ganas de ver un campo de fútbol.
-Tú
jugabas muy bien?
-Jugaba
adelante -dijo él. Jugaba de centro delantero o de ínter.
-De
qué?
-Adelante.
Jugaba con la gente que se encarga de meter goles. No hay nada más maravilloso
que meter un gol.
-Y
yo?
-No
hay nada, te juro que no hay nada más maravilloso que eso. Lo único parecido es
un gran amor o el momento en que el amor une al hombre y a la mujer en una
mirada repleta de todo el amor que no pudieron dar durante muchos años. Es lo
único.
-Qué
es un gol? Quiero decir, cómo se mete un gol? -ahora la mujer no sonreía.
-Un
gol?
El
hombre pareció sentirse por primera vez confiado a la mujer y por primera vez
pareció mirarla y no hablarle por responderle o por hacerla sentir que la
recordaba. Ahora el hombre la miró a los ojos y entusiasmado le respondió que
un gol era adivinar a una mujer en una multitud, adivinarla como una vieja
amante sin haberla conocido todavía, saber que ya la amaba sin haberle
preguntado el nombre ni nada. O era más, depende, o era nada, como el último
gol de un equipo que fuera derrotado a pesar del último gol, del gran esfuerzo,
derrotado injustamente por el árbitro o porque simplemente lo derrotaron porque
la pelota se empeñó en pegar en el travesaño como a veces las palabras se
empeñan en traicionar el buen deseo de llegar a esa mujer que adivinas en una
fiesta, o cuando algún maricón que nunca falta se encarga de calumniarte por
envidia antes de que tú entres en la mujer y ella te reciba con el
agradecimiento viejo y maduro de haberte esperado toda una vida.
-Hablas
lindo -dijo ella.
-No,
no hablo lindo ni nada. En realidad -dijo el hombre- un gol se mete por suerte,
por pura suerte como casi todo en la vida. Claro que hay que dar todo lo que
tienes de bueno sin reservas para que la suerte sea para ti y no para otro
jugador mejor y que haya dado más que tú porque entonces seguramente la suerte
irá a sus pies y no a los tuyos y no habrá gol ni habrá otra oportunidad igual,
sino distinta, o no la habrá simplemente. Pero basta que tú no entregues todas
tus ganas, basta que te quedes con un poco de duda o de temor, basta que te
reserves un poco de la energía que considera que no debes gastar del todo, para
que ese gol no se dé, para que algo que parecía imposible ocurra: la pelota
pega apenas en el palo de arriba o el arquero la para con el dedo gordo del pie
o algún defensa andaba buscando una piedrita dentro del arco y el balón se
estrelló en su nuca.
Ella
se rió. El también lo hizo.
-Cuando
hablaste de una sola oportunidad...
-Hablé
del fútbol, sí, de una sola jugada. Sabes que se puede aprender muchísimo en el
fútbol, no?
-Sí,
supongo -dijo ella, y bajó la cabeza.
-En
serio, se puede aprender muchísimo. Incluso mirándolo, pero sobre todo
jugándolo. Yo aprendí a saber quiénes eran los acusetas y los falsos y los
mentirosos y los bondadosos.
-Yo
no he jugado contigo al fútbol -dijo ella.
-Te
decía que en el fútbol se aprende mucho más de lo que te imaginas. El solo
hecho de tú arriesgarlo todo por el solo propósito de meter una pelota en un
arco... Comprendes? Hoy hasta una conversación tiene un precio, hasta un
abrazo.
-No
será tarde? -preguntó la mujer.
-Cómo?
-Me
pregunto qué hora será -dijo ella. Salimos hace dos horas.
-No
aguantaba más -dijo él. Perdona, pero es verdad. Además, no te parece lindo?
Fíjate en esas nubes rojas y el azul oscuro y casi se ven ya las estrellas y
todos los árboles rodeándonos y el campo quietecito, tranquilito, no es lindo?
La mujer abrió el bolso que traía y sacó un cepillo de pelo. Se peinaba
sacudiendo la cabeza que echaba hacia atrás, de cara al cielo.
-Te
pregunto si te gustaba -dijo él.
Se
incorporó, pero volvió a sentarse junto a ella. Había menos luz porque el día
se iba y había un aire color rosa en todas partes. La mujer buscó la mano del
hombre y éste la apartó y la enterró en el césped y después la apretó y la
golpeó contra su muslo derecho.
-Perdona
-dijo- pero es que me acuerdo de tantas cosas, ves? De aquella vez que el Pepe
García, o que el "Gordo" Peralta se durmió o la vez que le di golpes
hasta hacer sangrar a un pobre muchacho porque había perdido la única
oportunidad de hacer gol y así empatar, entiendes? Y lo que tenía era un dedo
reventado, un dedo hecho pura carne cruda y no pudo chutear y no dijo nada.
Nada. Absolutamente nada. Me entiendes? No había un mejor amigo" como el
Pepe García o Carlos Alberto Pizarro o el mismo "Gordo durmiéndose porque
le daba la gana y ahí nomás se dormía el desgraciado.
-Aquí
mismo?
-No,
aquí no, pero es lo mismo. Aunque no es lo mismo. La verdad es que no es lo
mismo. Fue en Chile. Ahí aprendí...
-En
dónde?
-Ahí
aprendí muchísimo.
-Más
que todo lo que aprendiste después. Es eso lo que quieres decir, no?
El
calló.
-No
entiendes nada -dijo.
-Fuiste
tú quien quiso traerme aquí -dijo ella. No tengo la culpa.
-Quería
venir acá -dijo él. Me parecía una estupidez.
-Te
parecía una estupidez mi gente, no? Mi familia, no?
-No.
No era eso. Me entristeció el bautizo. Siempre me entristecen. Traer un pobre
nené moqueando al mundo...
-Mi
pobre hermano. Si oyera tu pesimismo...
-No
soy pesimista. No soy nada. Déjame ver el campo en paz, carajo. Pero, no ves
que es una maravilla? No ves que es realmente una maravilla?
Se
incorporó y de pie señaló con la mirada la maravilla del campo que los rodeaba.
-Es
una maravilla -insistió. Es realmente una maravilla.
-Me
están picando las hormigas -dijo la mujer.
-Cuando
estaba chiquito me gustaba tocar los postes de los arcos antes de que comenzara
el juego. Así sentía que podía meter un gol. Por lo menos uno.
-Por
qué no nos vamos? -preguntó ella. Ni siquiera me explicaste cómo se metía un
gol -dijo con amargura. Además, no me interesa mucho, perdona, y papá nos debe
esperar, no le gustará saber que dejé la casa en pleno bautizo de mi hermanito.
-No.
Todavía no nos vamos.
-No
seas tonto; por favor, vámonos.
-No
nos vamos todavía, Kica.
-Entonces
me voy yo.
-Vete
tú. Yo me quedo -dijo él. Te juro que me quedo.
-No
entiendes que no podíamos hacerlo en casa? No entiendes que no podíamos hacerlo
en ninguna parte? Qué culpa tengo? Aquí tampoco podemos hacerlo, no? Estás
bravo por eso, no?
-No
hables más, en serio, no hables más. No es nada de eso. Vete tú. Yo me quedo.
Quiero quedarme solo. Me siento bien, no estoy bravo con nadie; puedes irte,
palabra.
Ella
lo dejó.
El
hombre, que aún no era un hombre de veinticinco años, vio a la mujer, que sí
era una mujer a pesar de tener sólo veintiuno, alejarse hacia la puerta del
campo de fútbol. La vio abrir la gran puerta de hierro y salir, y también la
vio entrar en el auto y partir; y hasta que no la sintió del todo fuera de
aquel lugar, sólo al escuchar que el motor desaparecía de allí, no volvió a
dirigir la mirada hacia la cancha. Caminó hasta el centro, el círculo blanco, y
allí se sentó. "Tocarían el pito", se dijo. "Tocarían el pito y
yo se la pasaría al Pepe, y el Pepe correría con el balón y se la pasaría a
Hermosilla y meteríamos el primer gol. Seguro que sí. Dios mío, por qué habré
golpeado a aquel muchacho?, por qué no me dijo nunca que tenía el dedo
destrozado?"
Comprendió
que había sido el grito de guardián lo que lo había asustado. El hombre, en
traje kaki, le gritaba desde la puerta. Le gritaba que saliera de ahí, que
debía cerrar la puerta, que debía cerrar, que era muy tarde.
En un regalo para Julia y otros relatos, Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2004
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