Todavía recordaba claramente aquel día. El
sol en lo alto, la brisa suave que movía el globo comprado en la entrada, la
cálida mano de su padre sosteniéndole la suya. Ese calor del hombre del bigote
que veía en visitas programadas. Hasta un buen día donde rodó por un precipicio
en su auto y más nunca volvió. Aun recordaba ese día, cuando subieron a la
montaña rusa, la sensación del vacío que creaba la caída en el estomago y…
aquella sensación al subir los brazos. Una cosquilla que sintió por primera
vez, allá abajo, o bueno eso creía ella en ese momento. Fue tan gratificante
que insistió una y otra vez al hombre del bigote que repitieran la experiencia
y éste por complacerla se subió una y otra vez. Ella nunca se imagino que esa
sensación que le creó el vacío la volvería a experimentar una cantidad de años
después cuando ese chico con el que se aventuró en su adolescencia la penetró
con toda la torpeza de la inexperiencia. Tras unos breves espasmos logró hacerla evocar
el preciso momento en donde el gusanito se precipitaba y esa cosquilla que la
hizo insistir una y otra vez al hombre del bigote, ese misterioso hombre para
ella, que la acompaño por el resto de sus días en cada momento de placer, donde
el cuerpo le temblaba y los ojos se entornaban hacia atrás y venia ese vacío,
allí estaba el recuerdo del hombre del bigote. Lo que ella menos iba a imaginar
era que tantos años después vencida por la tristeza, un instante antes de
reventarse contra el pavimento, en el vacío de la caída desde un piso trece,
justo antes, la cosquilla allá abajo y el recuerdo del hombre del bigote.
Bien.
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