El enemigo
estaba allí, fuertemente atrincherado y protegido por numerosas baterías, que
cubrían con su fuego todo el valle. Era preciso atravesarlo con cargas furiosas
de caballería. El Alto Estado Mayor calculó que serían precisas cinco oleadas,
cada una de ellas con cinco mil hombres. Teniendo en cuenta que el enemigo
causaría un sesenta o un setenta por ciento de bajas, era lógico suponer que la
quinta oleada llegaría a su destino. Dadas las órdenes pertinentes se iniciaron
las cargas. La batalla no se desarrolló según el cálculo previsto y lo cierto
es que para la supuesta última y definitiva oleada sólo quedaban dos soldados.
Preguntaron éstos si la carga tenían que hacerla al galope forzosamente, como
las anteriores. Vistas las circunstancias, se les dio plena libertad para hacer
lo que quisieran. Y los dos soldados, pie a tierra, cansadamente, arrastrando
de la brida a sus respectivos caballos, se lanzaron contra el enemigo, hablando
tranquilamente de sus cosas…
En Dos veces cuentos, 1998
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