La humanidad es lo que tiene hambre.
La humanidad es lo que quiere la
libertad no la libertad del hambre, la libertad sin más, de la que estarán muy
de acuerdo en decir que no tiene, ni puede tener «objeto» determinado en
general. La humanidad tiene hambre, es cierto. Pero tiene hambre ¿de qué? y
¿cómo? Aún tiene hambre, en el sentido literal, para la mitad de sus
miembros, y esta hambre hay que satisfacerla, es cierto. Pero ¿sólo tiene
hambre de alimento? ¿En qué difiere, entonces, de las esponjas o de los
corales? ¿Por qué esa hambre, una vez satisfecha, deja siempre aparecer otras
preguntas, otras demandas? ¿Por qué la vida de las capas que, en todas las
épocas, han podido satisfacer su hambre, o de las sociedades enteras que pueden
hacerlo hoy, no ha llegado a ser libre o se ha vuelto vegetal? ¿Por qué la
saciedad, la seguridad y la copulación ad
libitum en las sociedades escandinavas,
pero
también, cada vez más en todas las sociedades de capitalismo moderno (mil
millones de individuos) no hecho surgir
individuos y colectividades autónomas? ¿Cuál es la necesidad que estas poblaciones no pueden satisfacer? Que se
diga que esta necesidad es constantemente mantenida en la insatisfacción por el
progreso técnico, que hace surgir nuevos objetos, o por la existencia de capas
privilegiadas que ponen ante los ojos de los demás otros modos de satisfacerla y se habrá concedido lo que queremos decir: que esta necesidad no lleva en
sí misma la definición de un objeto que podría colmarlo, como la necesidad de
respirar encuentra su objeto en el aire atmosférico, que nace históricamente;
que ninguna necesidad definida es la necesidad
de la humanidad. La humanidad tuvo y tiene hambre de alimentos, pero también
tuvo hambre de vestidos y, después, de vestidos distintos a los del año pasado,
tuvo hambre de coches y de televisión, tuvo hambre de poder y hambre de
santidad, tuvo hambre de ascetismo y de desenfreno, tuvo hambre de mística y
hambre de saber racional, tuvo hambre de calor y de fraternidad, pero también
hambre de sus propios cadáveres, hambre de fiestas y hambre de tragedias, y
ahora parece tener hambre de Luna y de planetas. Es necesaria una buena dosis
de cretinismo para pretender que se inventaron todas estas hambres porque no se
comía ni se jodía bastante.